COSAS DE LINA ...

Lunes, 21 de abril de 2008
Mi historia



El título de esta entrada no es muy original, pero de alguna forma me tengo que presentar, así que allá voy:

Tengo 49 años. Estoy casada y tengo tres hijos varones de 23, 21 y 13 años respectivamente. Además soy médico especialista en microbiología clínica.

Pero comencemos por el principio. Soy la segunda hija de seis hermanos. Nací fuerte y robusta y, al decir de mi madre, siempre me crié bien, aunque al parecer era muy llorona (¿quizás ya me dolía la tripa?). Gozaba de buen apetito y no era especialmente melindrosa con la comida.Prácticamente me gustaba (y me sigue gustando) casi todo.

Sin embargo, independientemente de mi aspecto saludable no recuerdo un solo día de mi vida en el que no me encontrara agotada, hasta el punto de pensar que lo mío era una especie de vagancia natural.

Recuerdo haber pasado pocas enfermedades, ya que básicamente me crié bastante sana, pero sí tenía “empachos” con cierta frecuencia y recuerdo que en esas ocasiones me daban agua de Vichy, que por aquel entonces se la consideraba con algo así como con una especie de poder medicinal. También tenía frecuentes calenturas en los labios y llagas en la boca para las que entonces se utilizaban unas pastillas de hidrato de cloral que vendían en las farmacias.

Los estudios siempre se me dieron bien,y me saqué el bachillerato y la carrera de medicina sin demasiados problemas.

También me casé y tuve a mis dos hijos mayores bastante joven (ambos durante el periodo de mi formación como médico residente). Fue con los análisis que me realicé en mi primer embarazo, cuando descubrí, por primera vez, que tenía anemia ferropénica, cosa por otra parte bastante habitual durante el embarazo. Pero, es que, en mi caso, se puede decir que la anemia ha sido una fiel acompañante durante la mayor parte de mi existencia (exactamente hasta los 40 años, en que por un problema ginecológico tuve que someterme a una histerectomía).

También, a partir de los 16 años en los que tuve una neumonía, padecía unos “resfriados” muy extraños. Cada dos por tres estaba con ronquera, picores de garganta y oídos, estornudos en salvas…. Hasta que un verano cuando, contaba 32 0 33 años tuve una crisis asmática en toda regla, con sensación de ahogo y pitos que se oían sin necesidad alguna de estetoscopio. El alergólogo me diagnóstico asma extrínseco leve por alergia a las gramíneas, además de una rinitis alérgica crónica por el mismo motivo.
Tanto la anemia como la alergia estuvieron martirizándome durante bastantes años. Al final, tras pasar 6 años vacunándome contra la alergia obtuve una mejoría sustancial, aunque no una curación completa.

Tampoco eran nada desdeñables las frecuentes migrañas que padecía (por lo general alrededor de una al mes), que en algunas ocasiones me dejaban KO durante dos o tres días, sin importar la clase y la cantidad de analgésicos que me tomara. Ahora, de tanto en tanto sigo teniendo alguna, pero sin punto de comparación en cuanto a la frecuencia y la intensidad del dolor.

También toda mi vida de adulta estuvo salpicada de molestos episodios recurrentes de candidiasis vaginal, que desaparecieron como por arte de magia desde que in inicié la DSG, hace más o menos un año.

A los 35 años, tuve a mi tercer hijo. Si bien no fue un embarazo planificado, he de reconocer que el hecho de tener mi vida económica resuelta, con la consiguiente carencia de estrés por ese motivo, hizo que disfrutara de sus primeros meses vida como no lo había podido hacer con los dos anteriores cuya crianza, fue en ese sentido mucho más agobiante, y pasé por uno de los periodos más equilibrados de mi vida.

Pero la alegría no me duró mucho, unos extraños problemas oculares con cuyo origen no daban los múltiples oftalmólogos que me visitaron hicieron que terminara con una queratitis bilateral, un proceso bastante serio, doloroso y sobretodo, del todo incompatible con el desempeño de mi profesión. Al fin, tuve la fortuna de que me visitara otro oftalmólogo (del que conservo un grato recuerdo) que acertó de pleno con mi problema. Se trataba de un ojo seco, o en términos médicos, xeroftalmia (mis lágrimas no tenían calidad suficiente para protegerme de la sequedad del ambiente, lo que me provocaba la alteración y el desecamiento de las córneas). Me recetó lágrimas artificiales y choques de vitamina A periódicos. Mejoré espectacularmente, pero en ese momento no llegué a conocer cual había sido la causa del problema, simplemente hice un tratamiento sintomático.

Como ya dije anteriormente, a los 40, por un problema ginecológico, tuve que someterme a la extirpación del útero. Pase bastante miedo porque a ningún médico le gusta tener que pasar por el quirófano. Pero sin entrar en muchos detalles, diré que la operación fue todo un éxito y nunca más volví a tener problemas de anemia. La única complicación del postoperatorio fue una diarrea bastante salvaje, que me duró como mes y medio y que todos, incluida yo misma, atribuimos al antibiótico que me habían administrado como profilaxis operatoria. Ahora pienso que aquello ya fue un primer aviso de todo lo que me iba a ocurrir más adelante.

Me repuse bastante bien de la operación y regresé a mi vida laboral y se puede decir que pasé otros dos o tres años de relativa tranquilidad. Pero en julio de 2002, después de una época laboral bastante penosa y estresada comencé otra vez con diarreas de carácter imperioso y que a veces se acompañaban de incontinencia.

Mi padre había fallecido hacía tan solo unos pocos años de cáncer rectal, así que os podéis imaginar el susto que yo tenía en el cuerpo. Me tuve que coger la baja, me hicieron una colonoscopia y me diagnosticaron (por biopsia) una colitis colágena. Yo le pregunté al especialista qué era aquello porque yo no había oído hablar de esa enfermedad en mi vida. Me dijo que se trata de una enfermedad inflamatoria intestinal y me puso un tratamiento, que si bien me mejoró algo nunca me llegó a poner bien del todo. Yo le insistí en si debía llevar algún tipo de dieta especial, a lo cual me respondió que no, que podía comer de todo.

No tengo que decir, que conforme llegué a casa con mi diagnóstico me puse como una loca a buscar en Internet el tema de mi dolencia, pero a penas encontré 3 o 4 trabajos que no decían gran cosa.
Estuve en tratamiento con este doctor unos 18 meses pero yo nunca llegué a estar bien, seguía con mi diarrea, mis dolores de tripa y mi cansancio generalizado. A pesar de eso, me dio el alta en su momento y dijo que si no empeoraba no necesitaba volver a su consulta. Así que como no podía ser de otra manera, me reincorporé de nuevo al trabajo.

Pero yo distaba mucho de encontrarme bien, así que apenas duré 2 o 3 meses en el trabajo. Tuve que causar baja de nuevo y busqué otro especialista de digestivo, concretamente la doctora que me hizo la colonoscopia y el diagnóstico de la colitis. Pensé que ella tendría más idea del tema. ¡Que equivocada estaba!

Bueno, a esas alturas yo ya estaba absolutamente desquiciada, tenía una depresión debida a mi enfermedad y acudí a salud mental. Tuve la desgracia de dar con un psiquiatra que era un auténtico patán, que en lugar de darse cuenta que la causa de mi problema era mi enfermedad orgánica y su falta de mejoría me atiborró a antidepresivos y ansiolíticos que, además de no mejorarme en absoluto lo único que consiguieron fue nublar mi juicio y tenerme atontada y carente de voluntad durante bastante tiempo.

La nueva especialista me cambió el tratamiento pero si con el primero mejoré poco, con el segundo se puede decir que prácticamente nada… Yo volvía cada vez, explicándole mi nula mejoría y ella erre que erre, volviéndome a mandar lo mismo una y otra vez. Al final me cansé de que no me hiciera p*** caso y dejé de acudir a su consulta.

Mientras tanto, mi estado tanto físico como mental era cada vez más deplorable. Me pasaba la mayor parte del tiempo tirada en la cama, sin fuerzas para hacer nada y dejando correr el tiempo. Preguntándome que sería de mí y de mi familia si no podía volver a trabajar…, dándole vueltas a mis problemas y angustiándome porque por más que me esforzaba no encontraba ninguna salida.

Mi marido, que el pobre también sufría lo suyo al verme así, tomó cartas en el asunto, y por recomendación de su hermano comencé a acudir a un médico homeópata en Valencia que tenía bastante buena fama (aunque he de decir que era pesetero hasta decir basta). Ciertamente, en un principio me remontó bastante, pero tenía que ir dos veces por semana. Estuve acudiendo a su consulta año y pico. Pero dado que yo vivo en Alicante (con el inconveniente y el gasto de los viajes) y lo que me cobraba por consulta me resultaba una ruina. Cuando me encontré lo suficientemente bien le pedí el alta, pero como no me quería soltar ni con agua caliente no me quedó más remedio que despedirme a la francesa. Por esa época encontré una nueva compañera de viaje, la fibromialgia. Por si eran pocos los achaques, ya tenía uno más.

Como me encontraba algo mejor, en verano de 2004 hice un nuevo intento de volver al trabajo. Aprovechando que trabajo en un hospital, pedí cita con otro especialista de digestivo para ver si esta vez tenía más suerte con el tema de mi colitis. Me aseguró muy ufano que él, a diferencia de los demás, sí que me iba quitar la diarrea, me mandó un montón de medicamentos, que nuevo, no me sirvieron para nada y fue el primero que me dijo (mérito que le tengo que reconocer que el tipo de colitis que yo tenía se podía asociar a la celiaquía). Me pidió unos anticuerpos, que por desgracia me salieron negativos y sin más estudios, me descartó la celiaquía.

Yo volví a empeorar y tuve que cogerme de nuevo la baja. Desengañada de todos los especialistas de digestivo y porque tampoco tenía demasiadas fuerzas y andaba algo escasa voluntad, tampoco volví a la siguiente cita de su consulta. Sinceramente, creo que tampoco me perdí gran cosa.

Pero en enero de 2005 empezó lo peor. Poco después de las fiestas navideñas comencé con unas diarreas explosivas en cantidad de 20 a 25 veces al día que me duraron aproximadamente hasta el mes de abril. Tenía días malos y peores. Yo no tenía fuerzas para nada. Me tiraba días enteros sin levantarme de la cama, desatendiendo a mi familia, sin comer prácticamente nada durante días y días (en realidad, ahora que lo pienso, es un milagro que siga viva, y es más, en más de una ocasión llegué a pensar que era preferible morirme a seguir viviendo en esas condiciones) Me sentía atada al WC de noche y de día. La verdad, estaba tan desengañada de mis colegas médicos que ni se me ocurrió ir a que me visitara nadie. Lo cual, creo que fue una burrada por mi parte y ahora no se lo recomendaría a nadie. Pero así fue como sucedió.

Mi médico de cabecera me vio tan desesperada que me recomendó un médico amigo suyo, también homeópata, que consiguió remontarme bastante con sus tratamientos, y del que si voy a decir su nombre porque es un gran médico. Se llama Samuel Pastor.

Como ya me sentía con más fuerzas y algo más de interés por la vida y por mi misma, volví a buscar en Internet el tema de colitis colágena. Cual fue mi sorpresa, que en ese lapso de tiempo, que el número de trabajos había crecido considerablemente y había muchos en los que salía directamente relacionada con la enfermedad celiaca. Así que me puse a revisar todo lo que encontré sobre celiaquía.

Por fin, todo parecía cobrar un sentido. Mis síntomas cuadraban a la perfección: la anemia ferropénica, la diarrea, el dolor abdominal, el agotamiento crónico, las aftas bucales, las rágades, las frecuentes migrañas, las alteraciones psicológicas…. Solo me fallaba una cosa, no me salían los anticuerpos. Entonces todavía no sabía que hasta en el 50% de los casos en adultos pueden ser negativos.

Entonces di con la página de Enterolab (ya sé que su método es muy controvertidoy no se trata de entrar en polémicas sobreello), pero dada la mala experiencia que había tenido con los especialistas de digestivo decidí probar, porque a esas alturas yo ya estaba convencida de que mi problema era el gluten. Mandé las muestras y me pasé casi un mes esperando con ansia los resultados: Al final fueron bastante decepcionantes porque los anticuerpos fecales me seguían saliendo negativos, sin embargo sí tenía la predisposición genética. Lo estuve pensando un tiempo y a pesar de los resultados tan poco concluyentes me puse a DSG. La mejoría fue algo lenta pero espectacular. Mi energía aumentó a raudales, me sentí otra vez con ganas de vivir, de trabajar y por fin se me quitó la mala conciencia porque comprendí que nunca había sido vaga, simplemente me había pasado toda la vida enferma.

Yo ya había tirado la toalla y me daba por celiaca sin necesidad de más estudios, pero mira por donde apareció el Dr. Rodrigo (mi héroe) y decidí probar suerte por última vez. Por fin hice bingo, obtuve mi diagnóstico por escrito y con la biopsia positiva (a pesar del año previo de DSG que ya llevaba). No puedo sentirme más satisfecha por el resultado. El viaje a Oviedo bien mereció la pena.

Pues hasta aquí mi historia. Actualmente me encuentro bastante bien de todas mis dolencias. Trabajo y llevo una vida activa, aunque procuro no estresarme en exceso.

A tod@s l@s que hayan tenido paciencia para leerme


Publicado por las cosas de Lina en 20:42
Etiquetas: Comenzando

El enlace original a la pagina [click aqui]